La incapacidad permanente es una de las situaciones más delicadas para cualquier trabajador. Por un lado, está la necesidad de asegurar ingresos cuando ya no se puede desempeñar un trabajo como antes. Por otro lado, el riesgo de perder el empleo.
Aunque muchas veces se cree que tener una incapacidad permanente garantiza la seguridad laboral o económica, lo cierto es que hay dos motivos clave por los que un trabajador puede perder su empleo tras ser reconocido con una incapacidad permanente. Y ojo, no hablamos de tecnicismos ni de complicados términos legales, sino de la vida diaria y real de los trabajadores.
Incompatibilidad con la incapacidad permanente
Uno de los principales motivos que puede provocar que te despidan por una incapacidad permanente tiene que ver con el tipo de trabajo que haces. El Tribunal Supremo ha dejado claro que, si tienes una incapacidad permanente absoluta, no puedes seguir desempeñando cualquier empleo que implique cotización a la Seguridad Social. El Tribunal unificó esta doctrina con un caso de un trabajador agrícola que, tras perder la visión, fue reubicado en un puesto en la ONCE vendiendo cupones. En un principio, se le permitió compatibilizar su pensión con el empleo, pero el Tribunal Supremo sentenció que esto no era válido.
La cuestión es simple: si la incapacidad permanente te inhabilita por completo para realizar cualquier trabajo, es contradictorio que luego sigas desempeñando una labor que te genere ingresos a través de un empleo. Según la nueva interpretación, los trabajos que podrían compatibilizarse con la pensión deben ser «mínimos» o «residuales». Por tanto, si sigues generando ingresos en un empleo que va más allá de estas labores residuales, podrías perder la pensión y, con ello, también el empleo. No es tanto un despido directo, sino más bien una consecuencia legal de esta incompatibilidad.
El coste excesivo de adaptación del puesto de trabajo
El otro motivo que puede llevar a perder el trabajo es un cambio en el Estatuto de los Trabajadores. Desde hace unos meses, las empresas no pueden despedir automáticamente a un trabajador con incapacidad permanente. Sin embargo, hay una excepción: si la adaptación del puesto de trabajo supone un coste excesivo para la empresa, esta tiene derecho a despedir al trabajador.
Esto funciona de tal manera que, una vez que se reconoce la incapacidad, el trabajador tiene un mes para decidir si quiere seguir en la empresa o no. Si decide continuar, la empresa tiene tres meses para adaptar su puesto de trabajo o reubicarlo en otro que se ajuste mejor a sus capacidades. Si esto no es posible porque el coste de adaptación es demasiado alto para la empresa, se puede proceder con el despido. Eso sí, la empresa debe demostrar que los ajustes necesarios realmente representan una carga económica que afectaría al negocio.
Por lo tanto, aunque no sea una situación agradable, el despido por incapacidad permanente puede ocurrir bajo estas dos condiciones, la incompatibilidad entre el trabajo y la pensión, o cuando los ajustes necesarios para mantener al trabajador se consideran insostenibles para la empresa. Estos dos motivos, aunque no muy conocidos, son clave para entender cómo la incapacidad permanente puede afectar no solo a la pensión, sino también a la continuidad en el empleo.